viernes, 20 de mayo de 2011

“Si tienes frijol, garbanzos o lentejas ... de qué te quejas?”


Siempre he pensado que si no fuera abogada, seria cocinera. Qué asunto más placentero para mí ver a quien come con tanto gusto algo que prepare con tanto interés, cuidado… pasión. Me encanta cocinar; alistar los ingredientes, cual programa de televisión de cocina, ir transformando cada uno y mezclar, combinar, probar, oler.

Tengo que confesar que cocinar me evoca mi casa materna, como desde chiquita vivo afuera, muchos de esos olores y sabores me traen a la mente, con un poco de nostalgia, la compañía de mi madre y mi abuela; también tengo que confesar que aunque muchas de mis preparaciones son un éxito en el paladar de mis amigas y amigos, todo ha sido un gran proceso de ensayo y error; si, es verdad, he experimentado con sus paladares muchas veces temiendo que el resultado no sea el mejor, imitando a mi abuelita en sus preparaciones, recordando sus recetas y mejorándolas con cosas bajadas de internet, probadas en algún lugar o vistas en la tele.

Una de esas mejoras ocurrió hace algunos meses después de mucho tiempo sin comer lentejas producto de una intoxicación. Recordé lo mucho que me gustaban y me antojé tremendamente de un platico de esta legumbre (cuando escribía esta nota me surgió la inquietud sobre qué tipo de alimento eran; una búsqueda minuciosa en la red me arrojó esta conclusión). De todas maneras ha sido un reto volver a comer lentejas, sin pensar en el terrible episodio que me causo aquella vez; así que recordé que una vez en casa de una amiga había probado una sopa de lentejas que me habían dejado maravillada, por su sabor, su textura y la combinación de cosas, sencilla pero especial que tenía dentro.

Para preparar esta sopita de lentejas, se requieren los siguientes ingredientes:



  • Aceite de Oliva
  • Medio tallo de cebolla puerro, o si no tiene cebolla normal.
  • Un diente de ajo
  • Un manojo de cilantro
  • Una taza de lentejas
  • Dos tazas de caldo
  • Tocineta o tocino
  • Aguacate
  • Arepitas blancas y delgadas
  • Sal

Se empieza picando finamente el ajo y el cilantro; después la cebolla, que a mí me gusta en aritos, pero hay quienes prefieren que también esté picada muy chiquito o por lo menos en medias lunas, todo va en gustos.

Se pone la olla en el fogón para que se caliente, después se pone el aceite de oliva y incorpora la cebolla hasta que este algo transparente y el ajo.

Después se agregan las dos tazas de caldo, junto con dos de agua y se espera hasta que se calienten para poner las lentejas; se cocinan a fuego medio y luego se dejan hervir por 20 minutos, o hasta que estén blandas, ojo no se debe dejar espesar. Cuando las lentejas estén listas, en su último hervor se pone la mitad del cilantro picado y la sal (recomiendo no poner la sal al principio, pues esto hará que las lentejitas no ablanden).

Aparte en un sartén se pone a freír la tocineta (o el tocino), yo prefiero ponerle un poco de agua y que suelte su grasita y se tueste en ella. Se ponen las arepas en el horno o en la parrilla hasta que estén tostaditas y algo doradas por encima.

Ya está listo para servir!!!

En un plato de fondo se pone la sopa de lentejas, por encima se añade otro poco de cilantro sin cocinar; se le pone la tocineta y el aguacate en trocitos y se acompaña de las arepitas tostadas.

No se imaginan el aroma y la mixtura de sabores en la boca, como cortan unos con otros en textura y en gusto. Por supuesto desde entonces las lentejas volvieron a mi mesa, me reconcilié con ellas y he creado otras variaciones de esta sopa, yo creo que el secreto está en saberlas combinar y poder disfrutar las sabrosas sorpresas que dentro de la sopa se pueden encontrar.

Pruébenla, realmente la van a disfrutar.

Por Paola Salgado

lunes, 20 de diciembre de 2010

Éxtasis de azúcar / receta de arroz de leche

Contracorrientazo ha estado fuera del aire por tres meses. Pero regresamos con la más dulce y narcótica receta de arroz de leche.

Esta receta es de la mamá de una de nuestras blogger (Herbívora no practicante). Patricia Quijano nos ha aportado esta receta deliciosa!

Para hacer una olla grande de arroz de leche necesitan:

  • 1 taza de arroz (bien llena)
  • 7 tazas de agua
  • 9 tazas de leche hervida y caliente
  • Un tarro de leche condensada grande
  • Media taza de azúcar blanca
  • Canela


Preparense para un tiempo de cocción largo (entre 2 y 3 horas).

Primero lavan el arroz y lo ponen a cocinar con las 7 tazas de agua (fuego medio). No olviden ponerle la canela al agua.

Esperan que se seque (entre 30 minutos y una hora) y agregan las 9 tazas de leche bien caliente.

Cocinan el arroz durante 30 minutos, revolviendo frecuentemente con cuchara de palo.

Una vez pasados los 30 minutos con la leche, agregan la leche condensada y la media taza de azúcar. Lo dejan cocinar entre 10 y 20 minutos más.

Puede ocurrir que necesite más cocción para lograr la consistencia y espesor al gusto.

Jaime y yo tuvimos sobredosis de azúcar (como un éxtasis de dulce) quedamos con mareo y nos dio mucho calor en medio del invierno!!!

Recomiendo que para esta receta busquen a un buen amigo que los acompañe o un buen libro (o los dos) . La última vez que hicimos esta receta con Jan Paul Castellanos leímos poesía toda la tarde y descubrimos la maravillosa Oda al Diccionario de Pablo Neruda:

LOMO de buey, pesado
cargador, sistemático
libro espeso:
de joven
te ignore, me vistió
la suficiencia
y me creí repleto,
y orondo como un
melancólico sapo
dictaminé: "Recibo
las palabras
directamente
del Sinaí bramante.
Reduciré
las formas a la alquimia.
Soy mago".

El gran mago callaba.

El Diccionario,
viejo y pesado, con su chaquetón
de pellejo gastado,
se quedó silencioso
sin mostrar sus probetas.

Pero un día,
después de haberlo usado
y desusado,
después
de declararlo
inútil y anacrónico camello,
cuando por largos meses, sin protesta,
me sirvió de sillón
y de almohada,
se rebeló y plantándose
en mi puerta
creció, movió sus hojas
y sus nidos,
movió la elevación de su follaje:
árbol
era,
natural,
generoso
manzano, manzanar o manzanero,
y las palabras,
brillaban en su copa inagotable,
opacas o sonoras
fecundas en la fronda del lenguaje,
cargadas de verdad y de sonido.

Aparto una
sola de
sus
páginas:
Caporal
Capuchón
qué maravilla
pronunciar estas sílabas
con aire,
y más abajo
Cápsula
hueca, esperando aceite o ambrosía,
y junto a ellas
Captura Capucete Capuchina
Caprario Captatorio
palabras
que se deslizan como suaves uvas
o que a la luz estallan
como gérmenes ciegos que esperaron
en las bodegas del vocabulario
y viven otra vez y dan la vida:
una vez más el corazón las quema.

Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,
túmulo, mausoleo,
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente
de la esencia,
granero del idioma.
Y es hermoso
recoger en tus filas
la palabra
de estirpe,
la severa
y olvidada
sentencia,
hija de España,
endurecida
como reja de arado,
fija en su límite
de anticuada herramienta,
preservada
con su hermosura exacta
y su dureza de medalla.
O la otra
palabra
que allí vimos perdida
entre renglones
y que de pronto
se hizo sabrosa y lisa en nuestra boca
como una almendra
o tierna como un higo.

Diccionario, una mano
de tus mil manos, una
de tus mil esmeraldas,
una
sola
gota
de tus vertientes virginales,
un grano
de
tus
magnánimos graneros
en el momento
justo
a mis labios conduce,
al hilo de mi pluma,
a mi tintero.
De tu espesa y sonora
profundidad de selva,
dame,
cuando lo necesite,
un solo trino, el lujo
de una abeja,
un fragmento caído
de tu antigua madera perfumada
por una eternidad de jazmineros,
una
sílaba,
un temblor, un sonido,
una semilla:
de tierra soy y con palabras canto

sábado, 4 de septiembre de 2010

Despiadados fríjoles rancheros


Me levanté pensando en dos viejos montañeros levantados a punta de fríjoles y sancocho y sin quienes esta presencia enjuta y remilgosa no existiría: dos señores robles, uno que ya retornó a los raíces y el otro parado como pocos de su edad. Qué ganas entonces de meterse a la cocina, bajo el amparo de estos jornaleros tutelares, con botas pantaneras y machete enfundado pa luego salir a comerse el mundo de un bostezo, bien llenita, vencida por la abundancia. Nada qué hacer. Hoy sólo puedo comer fríjoles. Y además es sábado: el día oficial de la frijolada instituida por mi mamá, a quien le debo esta receta. Hagamos pues unos fríjoles rancheros.


Primer problema: no puse a remojar los fríjoles anoche. Problema arreglado: ponerlos en agua hirviendo durante unas pocas horas, aunque sea dos. Así es la cosa, a la dureza que no se puede vencer con la constancia hay que vencerla con la creatividad. Funcionó: a las doce esas piedritas rojas ya estaban hinchadas de agua pidiendo pitadora. Monté la olla con agua, un chorrito de aceite, un tomate chonto bien maduro y rallado y poca sal (la idea es que queden simples para recibir el gusto de los próximos ingredientes) y..... ¡Fríjoles a babor! ¡A cocinarse a fuego alto! Se me olvidaba un detalle: la música. Precisaba algo animoso, rústico, provinciano, antañoso pero contemporáneo, burdo pero pulido, medio poético, que no trascendental: me decidí por La Tigra y Velandia, pero ustedes lo pueden reemplazar por lo que sea m.a.r.a.c.u.y.e.a según los gustos y apetencias. Pa ra pa pa pa pa paaaa, pa ra pa pa pa pa paaaa ....mientras los fríjoles se cocinaban en su propio infierno al son de los rasqas tronando sus salmitos cuasi dementes, piqué en cuadritos la media libra de tocino carnudo -que también hubiera podido ser carne de cerdo- y cuatro salchichas rancheras. Puse a trotar ese tocino en un sartén apenitas untado de aceite. Lo de trotar tiene su explicación: pienso en un gordo haciendo spinning, sudando a borbotones todo el colesterol. Lo sé. Es cruel y desagradable. Pero de eso se trata. En esta cocina no hay compasión.


Desempolvémonos de reflexiones impertinentes, volvamos a la receta. Tres pitadas: ¡Saquen el vaporrrrr! ¡Oooooolla a estribor! A ver, un frijolito. Todavía está un poco duro. Debe ser porque no los remojé desde anoche. En todo caso, lo de las pitadas es relativo. Según mi hermano el físico, depende de la presión atmósferica del lugar donde se pite. Así que ojo, hay que estar pendientes, no es lo mismo hacer la receta en Bogotá que hacerla en Cafarnaúm (si es que se consiguen fríjoles por allá). A la cuarta estuvieron a punto. Para decirlo en rima y elegantemente, la idea es que los fríjoles estén al dente. Destapé la olla, le eché media zanahoria rallada y un trocito de panela pues la idea es que queden medio medio dulzones. Los dejé a fuego medio, destapados. Como a los 10 minutos le eché los chicharroncitos y las salchichas que previamente había sofrito. Los dejé a fuego medio casi bajo como por diez minutos más. A mí me gustan medio caladitos, así que (y ojo que lo que voy a decir es al parecer una blasfemia dentro del gremio de los que sí SABEN de cocina, así que se los digo pasito, en suave cuchicheo, y rapidito)... le eché un poquito de maizena previamente desleída en un chorritico de agua pa que espesaran un poquito. Listo. Me los comí con arroz y patacones y luego me senté en el sofá, llenita y feliz, a comerme el mundo de un bostezo.

PD. Un día, hablando con un amigo que descreía de mis recién adquiridas habilidades culinarias, comenté que a veces hacía fríjoles rancheros. Me dijo: -y los ponés a remojar en cerveza y todo? Yo, tratando de ocultar mi ignorancia y mi sorpresa, le respondí que claro, que yo los hacía con todas las de la ley. La verdad es que hasta este momento nunca los he hecho así. Pero ahí les dejo la inquietud.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Para el invierno... un poco de color!


En época invernal donde el frío es más intenso por los vientos polares del sur, el espíritu del Caribe sigue presente. En este caso, nunca está de más hacer una pataconada para picar mientras llega el plato fuerte.

El martes pasado camino a casa me sedujo un par de plátanos verdes que se asomaban en la verdulería cerca de la Universidad donde estudio, así que cuando llegué a casa, lo primero que hice fué dejar mis cosas, lavarme las manos y pelar los plátanos. En segundo lugar hice varios cortes de aproximadamente dos dedos de ancho a lo largo del plátano y en una cacerola con aceite muy caliente los medio frité, luego los saqué, tomé cada pedazo y lo metía en una bolsita plástica para aplastarlos con la tabla donde los había cortado, después los introducía rápidamente en un plato hondo que tenía agua de ajo y sal y luego los vovlía a meter en el aceite caliente. Recomendación: no los lancen, pueden llevarlos hasta el aceite con un escurridor o tenedor grande.

¡NO SE IMAGINAN LO CROCANTE Y DELICISO QUE QUEDARON!

Al tiempo que se fritaban los pedacitos de plátano corté tomate y cebolla en cuaditos muy pequeños y en un sartén con un poquito de aceite, cebolla y pimienta, de esto resultó un rico hogao. Por otro lado también corté lechuga tomate en cuadritos y medio asé unos pimentones (en Argentina le dice morrón) y con esto hice una ensaladita.

Finalmente, a falta de suero costeño me comí los patacones con quesocrema, el hogao y la ensaladita mientras asaba para el almurzo una postica de merluza apanada para el plato fuerte del almuerzo de ese día.

Lo bueno de compartir esto fué que mi compañera de hogar quien es Chilena me decía: ¿cómo así? ¿Se comen las bananas verdes fritas? Como soy de la zona bananera, le expliqué las variedades de banano, banana o como se le dice en la costa: guineo y de la diferencia con las variedades de Plátano, en ambos casos el consumo cuando está verde y maduro. Cuando lo probó le encantó y no podía creer el sabor saladito y crocante de este patacón.
¡Espero que ustedes también lo disfruten!
Con un buen café...


martes, 31 de agosto de 2010

Afterparty de Ficassé de pollo


Por Malbarracín y Flor

Hice esta receta por petición de hervíbora no practicante. Luego puse las fotos en el Facebook y mi mamá me llamó indignada porque no ponía la receta. Entonces aquí va!

La receta del Fricassé de piernas de pollo con champiñones y estragón la tome del libro de los hermanos Rausch (Cocina para el fin de semana). Algún día cuento mi historia con este libro, tan truculenta como sabrosa. 


Hicimos con Flor esta receta un día después de la última fiesta en nuestra casa que se llamaba “tirando la casa por la ventana”. Por cierto la gente se lo tomó literal... tiraron todo. Luego de horas de limpiar y organizar el Pequeño Paraíso nos dispusimos a comprar los ingredientes.

Necesitan una pierna de pollo por persona (nosotros éramos 10), vino blanco (1 botella), crema de lecha (1 litro), estragón (1 cucharada), perejil (1 cucharada), cebolla blanca (una), caldo de pollo (un litro), aceita, sal, azúcar y pimienta al gusto.

Primero deben sellar las piernas de pollo. Para eso calienta un poco de aceite y pasan las piernas de pollo hasta que estén un poco cocidas (no mucho es sólo para cocinar un poco alrededor). Luego llevan las piernas al horno por un rato (a 180 grados, pero ustedes pueden subirle un poco). La recete del libro dice 30 minutos, pero en realidad fue casi una hora. Dejen la piel y no olviden sazonar con sal y pimienta. 

Luego salteen la cebolla (picada muy fina), agreguen el vino y dejen cocinar hasta que el vino se reduzca a la mitad. Esto es para que se vaya el alcohol y quede la base de la salsa. Luego viene el caldo de pollo y la crema de leche, hasta que espese y quede una salsa. Luego se añaden los champiñones, estragón, perejil y sazone con sal, pimienta, azúcar, en fin, a este punto el Fricassé aguanta todo.

Cuando el pollo este listo lo mezcla con la salsa y luego al horno por un rato. Acompañamos con arroz de coco y jugo de mango. 

Hasta aquí esta receta parece la de un libro de cocina pero ojo a dos errores que podrían cometer y dos salidas hermenéuticas para estos casos.

No haga el caldo de pollo con caldos artificiales (es decir no le hagas caso a aquel amigo que te aconseja la ley del menor esfuerzo), mi teoría es que esta desviación de la receta llevó a un error terrible: la salsa no espesaba.

Para ello usamos harina de trigo disuelta por recomendación de mamá mamerta que nos visitaba por esos días (prometimos guardar el secreto al mejor estilo de la KGB, pero llegó el momento de la verdad).  Esto salvó la salsa y el almuerzo! Mi consejo con las salsa es la interpretación exegética de la receta. Si por algún caso se apartaron de la letra de la receta, acudan a la interpretación histórica de las salsas (es decir una persona como mamá mamerta).

El segundo detalle es la cocción del pollo. Realmente el pollo debe quedar muy cocinado y por más que la receta diga lo contrario en este caso deben dejarse guiar por sus instintos y por la valoración de cada casi a la vez. Una interpretación más cercana al caso concreto es más útil. El horno de los Rausch debe ser el horno mágico porque los tiempos en mi humilde horno siempre son el doble o el triple de lo que dice la receta.

Por cierto el estragón va muy bien con el pollo! puede incorporarse a otras recetas de pollo al horno o con salsas.  

El fricassé triunfo. Nosotros sobrevivimos a la rumba más dura del año y todos fuimos felices.

La ñapa: por cierto sobro salsa suficiente para hacer una pasta estuvo más sabrosa que el Fricassé!!! muy sencillo cocinamos la pasta y usamos la salsa restante.

Receta original de los Rausch.
Adaptación de Malbarracín y Flor
Consejos para salvar el Fricassé de Mamá mamerta (la sabiduría del Kremlin) 

Y el pollo…ahí: una vegetariana y un carnívoro consagrado se sientan a la mesa (casi todos los días)

Por Vegetariana pero contenta

 El escenario es este: mientras el uno saliva al pasearse por la sección “Carnes” del supermercado, la otra se debate entre el dilema vegetariano ¿zukini o berenjena? Al final gana el zukini y el centro de cadera o el morro han sido reemplazados por una bandeja de pechuga (deshuesada por favor). El punto en común se revela en las bolsas que, de vuelta a casa, están llenas de tomates (en realidad 8 para dos personas), una bolsa de pasta en forma de tornillos (los marca doria funcionan bien), un pimentón (según las preferencias cromáticas), una cabeza de ajo, un paquete de queso parmesano y una caja de champiñones.
Por lo general, cuando X es vegetariano y Y carnívoro lo que ocurre es que la base del plato es vegetariana y, luego (a manera de cereza en un postre), se sirve la carne, en este caso la pechuga de pollo. La división, también, se revela en la elaboración del plato: uno de los dos pone a calentar el agua y sasona el pollo (con un poquito de sal) mientras la otra parte va cortando los vegetales. 


A mí, me gustan los champiñones cortados en cuatro, siento que su sabor y textura se aprovechan más, el pimentón (bien puede ser la mitad) queda muy rico, crocante y bonito cuando se corta en tiritas (elegantemente llamadas julianas) y el zukini en medias lunas le da también una buena textura, color y sabor al plato. Para los amantes del ajo dos dientes grandes cortados en laminas serán más que satisfactorios y el recuerdo de su buen sabor podrá ser desterrado con una buena lavada de dientes. 


Los tomates, acá, como en la sopa de la anterior entrada son fundamentales; son la base de la salsa. Para hacerlos más rápido corto sus colas (la parte en la que está el botón), los rayo y me deshago de la cáscara que queda rápidamente sin pula. Luego, pongo a freír los ajos en un poco de aceite y una vez los empiezo a ver negritos agrego la pulpa de los tomates.

Al mismo tiempo y en otro sartén el pollo se va fritando a fuego medio/alto, mientras se va tornando menos color piel y más cafesosa se le agrega un poco de salsa de soya.

Entonces, todos los vegetales menos los champiñones se sofríen. 


Luego se añade la salsa de tomates que, entre más anaranjada esté mejor. No hay que olvidar que ésta ha estado a fuego medio y que debe revolverse muy pocas veces, queda deliciosa con una o dos hojitas de laurel y/o con las especias que quieran.  Dejan que se integre un poco toda la salsa con los vegetales, añaden los champiñones, esperan mientras escurren los tornillos, los sirven, ponen la salsa encima, queso parmesano y listo.

Bueno, excepto porque el pollo debe cortarse en cuadritos y ponerse encima. Ahí lo tienen.

domingo, 15 de agosto de 2010

El dulce secreto de Tomomi

Por Viviana B. Monsalve

Cocinar nació como una necesidad, pero poco a poco se fue llenando de placer. Recuerdo mis días de almuerzo en las calles de La Candelaria- Bogotá. En teoría, hay más de mil restaurantes con diferentes sabores, precios y tipos de cocina. Sin embargo, no es fácil encontrar algo que se ajuste al gusto y al bolsillo, bajo la premisa de poder satisfacer al paladar de manera saludable. Mi lugar preferido, un restaurante ubicado en la calle 10 con carrera 4, cuya especialidad de la casa es pechuga de pollo rellena (con tomates secos, aceitunas, champiñones, o berenjena). El restaurante tiene la particularidad de estar ubicado en una casa antigua y ser atendido por una pareja de abuelitos (una mujer fuerte y dominante, con su esposo dulce y paciente), que dan un balance perfecto para sentirse en casa (en especial para mí, que vengo de una familia tradicional de Santander). Además, el restaurante tiene una barra de ensalada o la posibilidad de seleccionar una sopa de cebolla, lenteja o tomate, como acompañante perfecto.

Pero, siendo realista, era imposible para mi bolsillo ir todos los días a comer pechuga rellena. En ese entonces lo único que sabía cocinar era pasta. (Con crema de leche, cebolla y atún). Vivía en el Barrio La Candelaria, en una casa del siglo XIX conocida como El Ventorrillo, con un bello jardín común y un vecino que le encantaba escuchar opera, lo cual le ponía un toque de misterio al lugar. De vez en cuando, el plan de medio día de algunas amigas y amigos de judicatura de la Corte Constitucional, era ir a mi casa a cocinar. Empezaba como un plan de cuatro personas y al final llegaban alrededor de 10, la mayoría sin invitar, pero siempre bienvenidos.

Volviendo al punto de cocinar como una necesidad, voy a introducir mi receta del día: pasta con salmón.


Lo indispensable: pasta y salmón, salsa de soya.

El toque perfecto de sabor: aceite de ajonjolí y jengibre.

El secreto: azúcar.

La receta me la enseñó Tomomi, una japonesa, compañera de clase en mi primer curso de ingles (nivel 1, verbo to be). Con esta receta empezó mi gusto por la cocina oriental y descubrí un mundo de nuevos sabores. En ese entonces, mi capacidad de comunicación en la cocina simplemente apelaba a la utilización universal de los gestos y las señas (que entre el mundo oriental y accidental no son tan cercanas, pero al final nos entendíamos). Actualmente, mi vocabulario en culinaria tampoco es muy amplio. Sin duda, la cocina es como el amor, no necesita de muchas palabras, pero nos da mucho placer.

La pasta depende del gusto, en mi caso prefiero una pasta plana y suave (si se puede conseguir noodles, es perfecto). Poner a hervir la pasta con un poco de aceite de ajonjolí y sin sal. Mientras tanto, se va arreglando el salmón (lavarlo, quitarle el cuero, cortarlo en pedazos medianos y untarlo con jengibre) y poner a sofreírlo con un poco de aceite de ajonjolí y verter al final, un tris de salsa de soya. Una vez se tiene lista la pasta y el salmón, se vierte en un salten grande, un poco de aceite, salsa de soya, después la pasta y el salmón. Se revuelve un poco y se agrega azúcar al gusto. La idea es encontrar un punto perfecto entre el sabor de la salsa de soya y el azúcar, luego recomiendo revolver en un vaso aparte (alrededor, de dos cucharas de azúcar, para media taza de salsa de soya).

La receta también aplica con arroz. El secreto es un buen salmón, y por supuesto es tratar de encontrar el sabor entre el aceite de ajonjolí, la salsa de soya y el azúcar; sin utilizar sal. También se le puede agregar cebolla y ajo, al gusto. Recomiendo acompañar la pasta con un ensalada con pepino, zanahoria, con ajonjolí. Simplemente, la receta es perfecta para el almuerzo o para cenar, en grupo o en pareja, con arroz o con pasta, el punto es encontrar el placer en el salmón.

Gracias a Tomomi encontré nuevos variaciones para la pasta y además nuevos sabores provenientes de la cocina oriental, donde el azúcar tiene su protagonismo. Al igual, el jengibre como un acompañante perfecto para ensaladas, pescado y además bastante saludable.

Un beso, sin foto.

Viviana B. Monsalve